sábado, julio 08, 2006

Visitas papales

Escuchando las noticias sobre la visita de Benedicto XVI a Valencia, me ha venido a la memoria, así de repente, aquel mes de mayo de 2003 en el que mientras disfrutaba de un precioso y soleado día en la playa del Sardinero, asistía un pelín atónita (como no comparto las creencias, me cuesta entender las reacciones) a la retransmisión radiofónica de la visita de Juan Pablo II a Madrid (y me cargaba a las primeras de cambio una silla de playa nuevecita, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión). Recuerdo sobre todo el fervor, la pasión popular.

Hilando recuerdos y pensamientos, me he acordado de los últimos días en la Tierra de Juan Pablo II y los primeros de Ratzinger como Benedicto XVI. Aquellos días me llamó la atención lo mismo: el fervor popular, que se mantiene independientemente de la persona que ocupe el trono de Roma. Y sinceramente, aquí me pierdo. Si ya en aquel mes de abril de 2005 me sorprendió que los creyentes presentes en la plaza de San Pedro pasaran de llorar la ausencia del papa fallecido (cosa que tampoco acabo de entender, porque se supone que está en el lugar que se merece, un lugar maravilloso al ladito de Cristo), como decía, si ya entonces me me sorprendió que los creyentes pasaran del llanto a la risa con pasmosa facilidad en cuanto conocieron el nombre del sucesor, hoy me sigue dejando de una pieza el recibimiento dispensado a Ratzinger, tan parecidísimo al que tuvo Juan Pablo II en su última visita a Madrid.

A ver si me explico. Mi "yo" racional puede llegar a entenderlo; se "adora" al hombre que encarna a Dios en la Tierra, independientemente de quién sea. Pero mi "yo" más primitivo, más visceral, no es capaz de asimilar los conceptos, no alcanza a comprender cómo es posible que hace un año, hace dos, se alabaran las hazañas y bondades (terrenales, entiende mi "yo" visceral) de un hombre al que aparentemente hoy ya no recuerda nadie, porque el cariño y repeto demostrados entonces han sido traspasados a otra persona como por ósmosis, con la diferencia de que el primero llevaba años en el puesto, mientras que el alemán acaba de llegar. Mi "yo" visceral no puede evitar verlo como una traición, como una forma más de poner los cuernos a alguien.

Debe ser por estas cosas, por dar demasiadas vueltas a temas que no tienen vuelta de hoja, que soy una descreída sin remedio. Qué le vamos a hacer, tiene que haber de todo en la viña del Señor, ¿no?

miércoles, julio 05, 2006

Placeres mundanos

El placer absoluto, el éxtasis total, debe parecerse bastante a la sensación que produce leer a escondidas lo último de Auster mientras se hace "guardia" en un stand de una feria. Aunque sean treinta páginas escasas. Seguro que sí.